Editorial ES 756: Con el agua al cuello, por culpa del capitalismo

El mundo entero es azotado por todo tipo de tragedias. La clase trabajadora, las mujeres y los niños sufren los embates de guerras, invasiones y desastres “naturales” que en realidad son causados por el capitalismo. La reelección de Trump se ve como un mal augurio, a pesar de que su alternativa –Harris– expresaba pocas diferencias de fondo. Pero las masas del mundo se resisten: en el Estado español las masas se rebelan contra el manejo criminal de la DANA, el pueblo palestino, y ahora libanés, resisten el genocidio de Israel y en la India miles se movilizan contra la violencia machista. Crecen las voces en contra del capitalismo, de nuevo está de moda hablar de socialismo.

Para Colombia, con el 2024, se esfuman cada vez más las ilusiones de un cambio por la vía institucional y parlamentaria. Pasada más de la mitad de su mandato, Petro no logra concretar la mayoría de sus reformas en un Congreso que solo deja pasar algunos proyectos luego de modificarlos para favorecer a los capitalistas. Tampoco se logró, hasta ahora, recomponer la coalición de gobierno, aunque hubo algo de ello en la entrada del santista Juan Fernando Cristo al gabinete, y se evidencia lejano, el llamado Acuerdo Nacional.

Aunque logra mantenerse, el Gobierno de Petro tiene dificultades. Hay críticas a su ejecución y sus grandes proyectos no avanzan. Su propuesta de capitalismo humano o de administrar el estado burgués a favor de la clase trabajadora, muestra sus contradicciones. La oposición de derecha –ahora envalentonada con el triunfo de Trump en los Estados Unidos– aprovecha para presionar por todas las vías en su campaña de desgaste; Petro forcejea con cartas como el nombramiento de Mancuso como gestor de paz o con el caso Pegasus. Pero tanto la oposición de derecha como Petro, a pesar de las diferencias, ambos tienen el mismo proyecto: apostar a las elecciones de 2026.

A pesar de las contradicciones, por ahora no hay un cambio de estrategia en Petro ni en las direcciones mayoritarias. Se sigue apelando a la movilización dosificada e instrumentalizada; se sigue denunciando a la burguesía como asesina, explotadora y opresora, pero se sigue llamando acordar y pactar con ella; en el establo parlamentario se discute la “reforma” a la salud, que es una versión “light” de la anterior, más inofensiva para el capital; se discute una “reforma” laboral que devuelve parcialmente algunas conquistas a la clase trabajadora, mientras que por debajo se tramita una reforma nociva relacionada con los procedimientos en derecho laboral; también se tramita una reforma del Sistema General de Participaciones, pero manteniendo la estructura y la regla fiscal. Todo esto ante el silencio cómplice de las burocracias sindicales.

Estas mismas burocracias se sentarán dentro de poco en la Mesa de Concertación de Políticas Salariales para definir cuanto ganarán los colombianos en 2025; nos invitarán a confiar en sus buenos oficios y los del presidente, y se olvidarán de que para cubrir la canasta básica se necesitan casi dos salarios mínimos a 2024; posiblemente no pedirán el aumento del 100% ni llamarán a la movilización para conquistarlo.

De otra parte, la paz total naufraga entre la torpeza de las partes y las contradicciones estructurales que sustentan la violencia con factores tan complejos como el narcotráfico, el abandono estatal de varias décadas a las regiones, la falta de oportunidades para la juventud campesina e indígena, la presión del imperialismo para modernizar el campo y avanzar con el agronegocio, y la traba de un régimen antidemocrático que pese a algunos cambios, continua teniendo fuertes rasgos autoritarios con instituciones diseñadas para mantener la ganancia de los poderosos, la impunidad de los asesinos, y Fuerzas Armadas cuya cara difícilmente puede ser lavada.

Entre tanto, y a pocos días de la cacareada COP16, cuyos discursos altisonantes contrastan con su pobre capacidad de decisiones reales, la ola invernal se cierne sobre Colombia, dejando sin hogar a más de cien mil familias. Este fenómeno no es natural, obedece al cambio climático combinado con la fragilidad de las comunidades, y parece un chiste, porque el agua de los grifos es racionada. Agua sí hay, pero al servicio de las trasnacionales de las gaseosas, las mineras, etc. Las medidas tomadas son importantes pero insuficientes.

Como expresión de la barbarie y la crisis social capitalista, que incluye los problemas antes mencionados, Colombia enfrenta uno de los años más violentos contra las mujeres; miles se organizan en colectivos y organizaciones populares, buscando salida para enfrentar esta situación. La clase trabajadora, por su parte, continúa enfrentando a las patronales en luchas defensivas y desarticuladas, pero en sus métodos y determinación muestran que la memoria del paro nacional está latente. De esto son muestra los marinos del atún, los obreros de Bimbo y los trabajadores de Mintrabajo. Por la base hay disposición de lucha.

¿Hasta cuándo durará la paciencia? Los trabajadores, los campesinos, indígenas, afros y el pueblo en general, siguen esperando cambios; el pueblo ha sido paciente con el Gobierno, que se debate preso de sus propias contradicciones, producto del proyecto utópico de conciliar intereses de explotados y explotadores, oprimidos y opresores.  Algo de decepción y escepticismo, por ahora no se traduce en apoyo al uribismo o a la derecha, a quienes las masas repudian cada día más. Pero la política errada de llevar todo hacia el terreno electoral puede dar una mala sorpresa, es mejor no arriesgarse.

La mejor alternativa para la clase trabajadora y el pueblo es confiar en sus propias fuerzas, en su capacidad de lucha, y organización. Por eso insistimos en la necesidad de convocar un encuentro nacional de emergencia de todos los sectores en lucha, de todos los oprimidos y los damnificados, para definir un plan de lucha y retomar el camino del paro nacional. De lo contrario seguiremos con el agua al cuello y a la deriva.

Comité Ejecutivo, Partido Socialista de los Trabajadores de Colombia. LIT-CI

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