Declaraciones El imperialismo celebra los acuerdos de paz en Colombia Publicado por: Administrador el 25 septiembre, 2016 Más en Declaraciones: #21N: reivindicar el camino de la lucha y retomar los objetivos del estallido social 20 noviembre, 2024 Editorial: Inundados y con sed 15 noviembre, 2024 Editorial/ Pegasus: carta negociadora de Petro con el uribismo 31 octubre, 2024 El 26 de septiembre, en la ciudad de Cartagena de Indias, se desarrollará la ceremonia de firma final de los acuerdos de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno encabezado por el presidente Juan Manuel Santos. La cita contará con la presencia de mandatarios de países de todo el mundo, comenzando por [Jhon Kerry, Secretario de Estado de] Barack Obama, representante del imperialismo norteamericano, el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy; el presidente de Cuba, Raúl Castro- invitado especial- el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y seguramente un alto representante de la Unión Europea. El imperialismo y la burguesía se anotan otro punto Hay que preguntarse por qué el imperialismo y burguesía le han dado tanta importancia y despliegue a estos acuerdos de paz en Colombia, y por qué la prensa mundial se ha encargado de mostrarlos en sintonía con una gran satisfacción de pueblo raso. Las encuestas le dan al SÍ en la votación del plebiscito a favor de los acuerdos, programado para el 2 de Octubre, una amplia mayoría. Con ello los plumíferos a sueldo, sostienen que el gobierno de Santos así como Obama y los Castro, todos juntos están interpretando el clamor del pueblo colombiano. El mismo presidente Juan Manuel Santos dijo: “Tal vez es el anuncio más importante que he hecho en mi vida”. No hay que engañarse. Para el pueblo raso, para los trabajadores, la clase obrera y el campesinado pobre, los acuerdos son solo la posibilidad de parar un conflicto entre aparatos, en el que ellos son los que han puesto los muertos, los desaparecidos y los desplazados. Para el imperialismo y un gran sector de la burguesía colombiana y por supuesto la de los países vecinos, significa una gran satisfacción porque ponen fin, por la vía de incorporar a las FARC al régimen político burgués, a la guerrilla más antigua del continente, que protagonizó una guerra durante 52 años contra el régimen político colombiano. Una guerra, como decía León Trotsky sobre la guerra de guerrillas, una guerra pequeña, porque la grande, la guerra civil, nunca fue el objetivo de las FARC y porque tampoco pudo empalmar con la lucha de clases ni con el respaldo popular, campesino y obrero, que fue perdiendo en la medida en que adoptaba más y más los métodos típicos del terrorismo individual, y se alejaba de los intereses populares. El imperialismo festeja porque finalmente su política de garrote y zanahoria rindió frutos. Intentó derrotarla varias veces por la vía militar, le asestó golpes fuertes en este terreno, eliminó a la Unión Patriótica, su expresión legal durante un intento de negociaciones de paz en el gobierno de Belisario Betancur a mediados de la década del ‘80, todo con el objetivo de llevarla a la mesa de negociación para sellar su rendición, así como lo consiguió a finales de la década del ‘80 con las guerrillas centroamericanas a través de los acuerdos de Esquipulas y Contadora. Como lo obtuvo también con otras guerrillas menores, como el EPL y el M-19 a inicios de la década del ‘90 en Colombia. Hoy el M-19 es mostrado como ejemplo de su decisión de incorporarse al régimen, porque no desistió de ello a pesar de que fue asesinado su candidato presidencial, Carlos Pizarro Leongómez, y otros cuantos dirigentes, poco tiempo después de firmar la paz en 1991 en su primera participación electoral ya desmovilizados. Eso mismo le piden hoy a las FARC ante el riesgo de que las mismas bandas paramilitares asesinen a uno o varios de sus dirigentes una vez sellados los acuerdos; las FARC están dispuestas a hacerlo. Para el imperialismo significa eliminar una fuente de inestabilidad, un obstáculo que impedía la entrada libre de sus multinacionales a los territorios controlados por la guerrilla para instalar sus empresas de agro negocios, que impedía su control total sobre la producción y exportación de coca y que también era fuente de inestabilidad regional, por su ubicación estratégica como parte del patio trasero del imperialismo norteamericano. Para el imperialismo, para la burguesía, los terratenientes y ganaderos, es un gran avance, porque siempre tuvieron el temor de que la guerra pequeña se convirtiera en la guerra grande, que se regara como pólvora por una región a la que siempre han sometido a planes de miseria, hambre y represión. Políticamente, llenaran páginas y páginas mostrando la “grandeza” de la restringida democracia burguesa, de su dictadura de clase, elogiando la posibilidad de que los odios, darán paso a los votos y que ellos llevarán a sus antiguos enemigos a los palacios y los parlamentos y, porque no, hasta la silla presidencial, mostrando los ejemplos de Nicaragua, de El Salvador, de Sudáfrica, de Brasil y de la propia Colombia con los ex guerrilleros del M-19 y el EPL. Con ello seguirán engañando al pueblo trabajador mientras fortalecen sus ejércitos y aplican los planes para descargar sobre las espaldas de la clase obrera y los trabajadores su profunda crisis económica mundial. Santos ya lo anunció, al tiempo que se ufana de su triunfo, aplicará una “reforma” tributaria y fortalecerá el odiado Escuadrón Móvil Antidisturbios, ESMAD (policía antimotines conocida popularmente como los “robocops”) porque los trabajadores no solo pagan la guerra sino también la paz. El gran ganador de los acuerdos de La Habana es el imperialismo que ideó el Plan Colombia, que invirtió en recursos, asesores y armamento, y hoy se prepara para pasar la cuenta, con los famosos planes de inversión para el pos conflicto con los que sus multinacionales se beneficiarán de la rebaja de impuestos, la libertad absoluta para invertir sus capitales, saquear las riquezas y sacarán sus ganancias multiplicadas. ¿La más importante de las batallas de las FARC? No es extraño que la dirigencia de las FARC presente la firma de los acuerdos como “la más importante de sus batallas”, así como Raúl Castro presentó el restablecimiento de las relaciones con el gobierno norteamericano, como un “gran triunfo de la revolución”. Al fin y al cabo los dos vienen del mismo tronco: el estalinismo. No es gratuito tampoco que el escenario de las negociaciones fuera La Habana. La escuela estalinista los entrenó muy bien; todas sus capitulaciones y traiciones siempre las presentaron como grandes triunfos. La verdad es que los Castro apoyados en el prestigio ganado por la revolución cubana, han restaurado el capitalismo en su país de manera silenciosa, y entablaron de nuevo relaciones, no solo diplomáticas sino comerciales y de todo tipo con su vieja enemiga la burguesía imperialista yanqui, porque tienen el interés común de impulsar el desarrollo capitalista, ahora como buenos socios. Y esta es una de las razones, la fundamental, por la cual las FARC han firmado por fin un acuerdo que no es otra cosa que su incorporación al régimen burgués. En la segunda mitad de la década de los 80, las FARC llegaron a una encrucijada por una serie de factores. Las declaraciones de Fidel Castro frente a la revolución nicaragüense: “Nicaragua no será una nueva Cuba”, eran un mensaje para la burguesía y el imperialismo, en el sentido de que ni la burocracia cubana ni la de la URSS apoyarían un proceso de expropiación de los capitalistas nicas. Es decir, no irían a un programa de expropiación como el que tuvieron que aplicar en Cuba, presionados por la movilización de masas y por la política imperialista. Las FARC también entendieron el mensaje. En adelante el aparato estalinista apoyaría todos los procesos de paz negociados y la reincorporación a la “vida civil” de las organizaciones guerrilleras. De allí en adelante ya su programa democrático revolucionario, en especial la lucha por la tierra, cambió radicalmente. Las negociaciones de paz durante el gobierno de Belisario no prosperaron porque un sector de la burguesía colombiana y de los ganaderos, apoyándose en las bandas de paramilitares, aprovechadas también por varias multinacionales, desataron una violenta masacre selectiva y sistemática no solo contra la Unión Patriótica sino contra la vanguardia obrera y sindical que se radicalizaba en las luchas y en las huelgas, obligando a las FARC y al ELN a atrincherarse y responder militarmente a los ataques. La restauración del capitalismo, en los llamados países del “socialismo real”, terminaría por afianzar su contradicción. Perdido el apoyo político y económico de la URSS y de Cuba, se volvía insostenible mantener un ejército de miles de combatientes. La dirigencia de las FARC comenzó un proceso irreversible de búsqueda de recursos utilizando cada vez más los métodos del secuestro y la extorsión no solo a terratenientes y ganaderos sino a campesinos medios y otros sectores pobres de la población. Al tiempo daban el paso, primero como protectores de los sembrados de coca, y después como miembros del negocio de su producción y comercialización, haciendo parte de la economía subterránea que se convertía en otra fuente de distorsión de las luchas obreras y populares y que junto con su estrategia de aparato armado, justificaban la violenta represión de un régimen antidemocrático y asesino. Estos métodos de financiación los fue degradando y aislando políticamente de la población. La burguesía y el imperialismo supieron explotar políticamente esta degradación de la guerrilla y aprovecharon para profundizar su pérdida creciente de apoyo campesino y popular, montaron las bandas de ejércitos mercenarios, paramilitares, para deshacerse no solo de guerrilleros sino también, de luchadores obreros incómodos, de dirigentes campesinos, de activistas, organizando uno de los mayores despojos de tierras, provocando un desplazamiento interno que llega a la cifra de más de 6 millones, el segundo país en desplazados después de Siria que se encuentra en guerra abierta y declarada. El Centro Nacional de Memoria Histórica ha dado una cifra de 220.000 muertos durante los años de confrontación –aclarando que la cifra es aún conservadora- y 162.000 desaparecidos, amén de las más de 300 mil amenazas, producto de las cuales muchos tuvieron que dejar el país. Está claro, la estrategia guerrillera ha demostrado su total fracaso, un fracaso que la clase obrera, los trabajadores y los campesinos pobres, tuvieron que pagar con sangre y fuego. Los socialistas siempre combatimos políticamente la estrategia guerrillera. Decía nuestro dirigente trotskista Nahuel Moreno “Si son la masas las que hacen las revoluciones, toda prédica, propagandística o práctica (a través de acciones) de que es una ínfima minoría de guerrilleros la encargada de hacer la revolución, es un factor de profunda desmovilización del movimiento de masas, va en contra de la revolución. Peor aún, utilizan a la clase obrera, si intervienen en ella, como abastecedora de combatientes, sacando así de la clase (y enviando a la muerte) a valiosísimos activistas y luchadores y debilitando así la organización de la clase obrera.” Hoy las FARC, y su movimiento político legal, abandonan definitivamente la lucha por la tierra y contra el régimen antidemocrático, y adoptan un nuevo programa: el de los acuerdos de paz de La Habana, ese es el que se han comprometido a defender y por el cual están dispuestos a sacrificar aún más vidas. Porque mientras ellos se desmovilizan las bandas de sicarios a sueldo no lo hacen, y ya en la recta final del proceso han seguido amenazando, atentando y asesinando. Desde 2012 hasta marzo de 2016 han asesinado más de 112 activistas de la Marcha Patriótica, movimiento influenciado políticamente por las FARC. Vamos a ver un movimiento más de los que hemos visto en varios países del planeta. Movimientos electorales que cambiaron las balas por los votos y que defienden la democracia burguesa en tanto puedan disfrutar de sus mieles, de los privilegios para unos pocos a costa del hambre, la opresión y la miseria para la inmensa mayoría, incluidas sus propias bases. No pueden decir que este nuevo programa es revolucionario, porque eso significa seguir mintiendo a la clase obrera y los trabajadores del campo y la cuidad, eso sería tanto como decir que Santos y Obama también lo son. Las FARC han firmado unos acuerdos con algunos dulces para engañar, pero en su esencia es el programa de un sector mayoritario de la burguesía colombiana y del imperialismo. Es el programa de defensa de la propiedad privada y no el de la expropiación de la revolución cubana de 1959, ya enterrada por los Castro. La gran mayoría de las organizaciones de izquierda que apoyan ese programa de la reconciliación, están haciendo de hecho explícito su abandono de la revolución, que alguna lejana vez defendieron. Al apoyar los acuerdos de paz y llamar a votar por Santos primero y ahora por el SÍ en el plebiscito, están adoptando ese mismo programa. Seguiremos combatiendo políticamente, como ayer lo hicimos con su estrategia guerrillera, el programa que hoy le ofrecen a las masas de “radicalizar la democracia”… burguesa. Seguiremos levantando aún con más fuerza el programa de la revolución socialista mundial, como una necesidad imperiosa de la clase obrera y sus aliados: las masas empobrecidas y humilladas, segregadas y explotadas. La clase obrera y los trabajadores no tendrán paz El ciclo de la explotación capitalista seguirá, aumentado aún más por la crisis económica mundial. Es una ley de hierro, para que los empresarios remonten la crisis, tienen que aumentar la sobreexplotación de la clase obrera de la ciudad y el campo, descargando sobre sus espaldas los planes que el FMI exige en todo el mundo. Más planes de ajuste, recorte de gastos del estado, reformas tributarias, desempleo. La borrachera de la paz se va a enfrentar con esta realidad. Ahora se abre la posibilidad de que Colombia entre en la dinámica de la lucha de clases de toda Suramérica que ha desembocado en huelgas generales, revoluciones y cambios de gobiernos y regímenes, liberada de la camisa de fuerza de la guerra de aparatos, porque lo cierto es que ya no será igual. Los socialistas le apostamos a esta perspectiva. Le apostamos a que la lucha obrera se coloque en el centro, a que los trabajadores retomen sus métodos de lucha masiva, que asuman en sus manos la dirección de sus conflictos y de su organización, que los sectores populares estallen contra sus ominosas condiciones políticas y sociales, que el movimiento indígena se levante por sus derechos, que las mujeres víctimas de tantos abusos y vejámenes sigan exigiendo justicia y reparación, junto con las miles de víctimas del conflicto y los campesinos despojados de sus tierras. Le apostamos a la lucha de los explotados y los oprimidos, le apostamos a la lucha de clases y no al programa que los nuevos movimientos políticos le están apostando: unidad con los de arriba, reformismo sin reformas. Porque la lucha de masas organizada, sin mesías que la reemplace, abrirá la posibilidad para que el partido revolucionario, el que se juega por la clase obrera, el internacionalista, se convierta, sin plazos, en una alternativa de dirección para conseguir la verdadera paz, la que merecen los trabajadores, una sociedad sin explotación y sin opresión de ningún tipo. A esa construcción, a esa lucha y por esa alternativa, llamamos a todos los activistas que creyeron honesta pero equivocadamente en la guerrilla, que ahora le capitula a la democracia burguesa y al régimen autoritario, negociando con la corrupta burguesía pro imperialista que ha saqueado la riqueza del país y reprimido con saña la lucha de los explotados y oprimidos. Por eso el 2 de octubre llamaremos junto con el Partido Socialista de los Trabajadores de Colombia (PST), nuestra sección nacional, a no votar “ni por el SÍ de Santos, ni por el NO de Uribe” en el plebiscito refrendatorio de los acuerdos de paz. La disyuntiva no es entre el apoyo a una u otra de las facciones burguesas, la “guerrerista” de Uribe o la “democrática” de Santos. Las FARC han declarado que aunque ganara el NO, ellos no volverán a las armas y honrarán los acuerdos. La disyuntiva es entonces entre el apoyo a los planes burgueses e imperialistas posconflicto, o declararle la guerra a la guerra social para la que se prepara Santos contra la clase obrera, los campesinos pobres, los indígenas y todos los explotados. Por eso invitamos a colocar en el tarjetón: por una Constituyente amplia, libre, democrática y soberana que discuta el programa posconflicto de los de abajo, de los postergados de siempre. Secretariado Internacional de la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional Septiembre 23 de 2016 Post Views: 3.063