Editorial #8M No lloramos por estatuas, lloramos y luchamos por las desaparecidas y las muertas, si es preciso que todo caiga, que todo arda

La movilización del 8M de 2025 en Bogotá fue histórica, por su masividad, combatividad, y en especial por su marcada independencia, incluso desobediencia frente al Gobierno, las instituciones y los partidos del régimen. Al menos 15 mil personas, en su mayoría jóvenes mujeres, denunciaron a viva voz los crímenes del machismo, en especial la violencia feminicida y las desapariciones. El ambiente, la espontaneidad, el apoyo desde ventanas y terrazas, hizo recordar al Paro Nacional, y mostró que este vive latente entre las masas colombianas.

La mayoría de la movilización transcurrió en calma, en ambiente combativo y a la vez festivo, se realizó intervención artística tipo graffitti, y se produjeron algunos pocos daños a vidrieras del odiado sistema del SITP, no solo por su costo exagerado sino por los constantes acosos y abusos sexuales que en su interior se presentan.

La política del alcalde a diferencia de la feroz represión del año pasado, fue dejar hacer y luego salir a deslegitimar la protesta. No es extraño que las movilizaciones, la justa rabia de las mujeres, de los pobres, de los oprimidos sean catalogadas por el régimen y los medios de difusión como vandalismo o violencia, incluso “terrorismo”. En este caso, ni bien terminó la marcha se puso como tendencia en X (Twitter) la palabra “malparidas”, que es la forma de referirse a las manifestantes por parte de los antiderechos y reaccionarios; la masividad e independencia de la movilización fue tal, que necesitaron salir de inmediato a atacarla. Pero es difícil borrar de la memoria de asistentes y observadores, los ríos de mujeres en lucha.

El titular ni la tendencia de esa noche fue el infame feminicidio de Sharit Alexandra Ciro en Ibagué, cuyo cuerpo se encontró el mismo 8 de marzo. Un feminicidio en pleno 8M, debió llenar todas las páginas y redes, el sufrimiento de Sharit y su familia pasaron a un segundo plano, porque lo que el régimen y los medios encontraron prioritario fue lamentarse por una estatua que, según ellos, fue “destruida”, y estigmatizar a las mujeres que luchan. Esta política de estigmatización e incluso de judicialización es continuidad de la represión estatal vivida durante el Paro Nacional, que también se evidencia en la condena desproporcionada dada a Daneidy Barrera (Epa Colombia) que busca dar un castigo “ejemplarizante” a la protesta social.

La realidad es que la estatua de Luis Carlos Galán, padre del actual alcalde, y político liberal asesinado, no fue destruida debido a que es de hierro fundido y ni la pintura ni el fuego alrededor parecen hacerle mella, tampoco parece que la estatua sufriera, si bien sus familiares se declaran “ofendidos”. La estatua fue intervenida, no destruida – aunque no debería preocupar mucho si lo fuera-, término que se ha venido acuñando durante el último quinquenio, en que las estatuas y otros monumentos históricos han sido parte de la lucha de clases, de la lucha por la memoria, contra el colonialismo y ahora contra el machismo.

Aproximadamente desde 2020 con el asesinato de George Floyd en Estados Unidos, se puso “de moda” derribar o intervenir (pintar, modificar, vestir) monumentos y estatuas de personas odiosas para los pueblos y los oprimidos; es así como estatuas de colonizadores, asesinos, esclavistas, llevaron su merecido. En Colombia, esta tendencia llegó para quedarse, implementada especialmente por los indígenas Misak en contra de figuras coloniales como Sebastián de Belalcázar que tuvo que ser derribado dos veces.

La postura conservadora, y simplista diría que no es justificable el derribo o intervención de estos monumentos, porque equivaldría a destruir el bien público, la memoria y el patrimonio histórico y cultural. Sin embargo, los monumentos narran la historia contada por los vencedores, y no necesariamente la historia real o una historia que se quiera reivindicar. En el caso de Galán, al ser asesinado siendo una figura liberal, goza de cierto prestigio entre las masas; sin embargo, no deja de ser un político burgués de un partido del régimen, y las mujeres que realizaron la intervención quisieron legítimamente dar a conocer y poner en discusión el machismo detrás del embarazo de la empleada doméstica de la familia, y el hijo que habría crecido apartado. Y es que no se trata de realizar un juicio moral a personajes de la historia, sino de poner en discusión los abusos que han sufrido y siguen sufriendo las empleadas domésticas de las familias burguesas, muchas aun viven en situaciones de servidumbre sin recibir salario, cotizar a pensión, y muchas resultan embarazadas de estas “relaciones” desiguales con sus patrones.

Nos parece una denuncia absolutamente legítima, y también la forma de hacerlo -¿Hay otra forma de hacerlo?- ; así como vemos progresiva la caída simbólica de la estatua de Sebastián de Belalcázar y los esclavistas gringos. La memoria de Galán u otros políticos no es sagrada, el silencio ya no está de moda, y defendemos la libertad para gritar la verdad que incomoda. Nos incomoda mucho más una muerta cada 20 horas, por eso no lloramos por estatuas, lloramos y luchamos por las desaparecidas y las muertas, si es preciso que todo caiga, que todo arda. Al final, para que deje de existir la opresión machista, se necesita una revolución socialista que cambie todo de raíz, y que escriba una nueva historia.

Comité Ejecutivo PST, 12 de marzo 2025

 

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